HALIFAX 1917

“Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías... Porque en una hora han sido consumidas tantas riquezas. Y todo piloto, y todos los que viajan en naves, y marineros, y todos los que trabajan en el mar, se pararon lejos: y viendo el humo de su incendio, dieron voces, diciendo: ¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad...

Y echaron polvo sobre sus cabezas, y dieron voces, llorando y lamentando, diciendo. ¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas, pues en una hora ha sido desolada!”
Apocalipsis 18:11,17/19

La primera guerra mundial entraba en su etapa final...

La mañana del 6 de diciembre de 1917, el buque francés “MONT BLANC” maniobraba en el canal de acceso al puerto canadiense de Halifax, transportando en sus bodegas 3000 toneladas de TNT con destino al frente europeo, mientras que en su cubierta llevaba estibados numerosos toneles conteniendo fuel-oil, en abierta contravención a las regulaciones vigentes. Vale decir, el navío era una inmensa bomba ambulante...

Al mismo tiempo, el buque belga “IMO” circulaba por el mismo canal procurando abandonar la bahía rumbo a alta mar.

En un momento, ambas embarcaciones se enfrentaron en el estrecho paso. El capitán belga, quien se hallaba demorado en su itinerario, rehuso ordenar la maniobra que hubiera podido evitar la colisión. !Que se corra el otro!
–exclamó- !Yo tengo la prioridad!

Por su parte, el capitán francés quedó paralizado en su puesto de mando, incapaz de intentar, a su vez, una acción salvadora.

La orden tardía y desesperada del capitán belga fue inútil.

Inevitablemente se produjo el choque.

En un santiamén ambos buques quedaron inmóviles en medio del canal, el navío belga con la quilla incrustada en la banda de estribor del MONTBLANC.

Aún en esta situación extrema el desastre total pudo haberse evitado. Si tan sólo ambos barcos hubieran quedado inmóviles a la espera de auxilio. Pero no fue así.

El capitán del IMO ordenó poner reversa para desencajar su barco. Y al hacerlo, el roce del metal de ambas embarcaciones provocó una miríada de chispas, que tomaron contacto con el fuel-oil derramado en cubierta, proveniente de algunos toneles destrozados por el impacto.

Y un voraz incendio se desató en el MONTBLANC.

El capitán francés pudo ordenar una serie de medidas precautorias: intentar apagar las llamas haciendo uso de las mangueras; anclar el barco; poner la bandera roja indicando que el buque transportaba explosivos: hundir la embarcación... Pero, dominado por el pánico, tan sólo atinó a ordenar la evacuación de la nave.

Y el MONTBLANC, a la deriva y convertido en un polvorín flotante, se acercó lentamente hasta los muelles del puerto, mientras los toneles de fuel-oil de la cubierta, volaban como cohetes por los aires explotando a muchos metros de altura, con luces de mil colores, para regocijo de los habitantes de la lindera ciudad de Halifax, que acudían por cientos hasta la costa para ver el espectáculo, mientras el diáfano cielo matinal tomaba tonalidades de arco-iris.

Nadie sabía que el barco siniestrado estaba repleto del más poderoso explosivo que se hubiera inventado hasta ese momento.

Inconscientes del peligro, las gentes se extasiaban en este remedo de fuegos artificiales, sin ver que el espléndido espectáculo no era otra cosa que el anuncio de una verdad monstruosa e inapelable...

De pronto, un sonido como de mil truenos... y una luz blanca y cegadora...

Y entonces se desató el infierno...

Casi la mitad de la próspera ciudad lindera al puerto, resultó prácticamente demolida...

El hospital, el cuartel de bomberos, la oficina de telégrafos, el destacamento policial... fueron borrados de la faz de la tierra.

Durante todo el día se produjeron incendios, pero, irónicamente, muchos que quedaron sin casa o un lugar donde guarecerse, perecieron congelados bajo la nocturna nevada.

Casi mil seiscientas personas murieron de inmediato...

Otras cuatrocientas fallecieron en las horas posteriores, por las heridas o por congelamiento.

Doscientas personas quedaron ciegas para siempre.

Nueve mil resultaron heridos.

Se recuerda a la tragedia de Halifax como la mayor explosión convencional de la Historia, causada por seres humanos, antes de las monstruosas agresiones nucleares de Hiroshima y NagasakI.

Amados todos:

Cuando los hechos que aquí se refieren tuvieron lugar, la segunda guerra mundial había superado su punto de inflexión, y Alemania mostraba síntomas de un agotamiento que resultaría, a la postre, en su rendición... Así que en Canadá, uno de los países aliados, se respiraba una atmósfera de triunfalismo... La noche anterior, desde el mismísimo púlpito, el pastor a cargo de la iglesia cristiana de Halifax arengaba a los feligreses argumentando que enrolarse en las filas del ejército era la voluntad de Dios...

Fácil es opinar acerca de una guerra que se desarrolla a miles de kilómetros, allende el océano, desde la seguridad de nuestros hogares... Para estas gentes a quienes la horrible muerte en las trincheras apenas había rozado, las numerosas bajas en el frente de batalla eran poco más que datos estadísticos...

Gentes, mayoría de gentes, que desde su histérica negación consideran a la muerte apenas un concepto...

Una visión casi adolescente de la vida en que son los otros los que fracasan, los que sienten dolor, o enferman... o mueren...

Gentes que hacen una exhibición casi obscena de sus riquezas, en muchos casos con hipócritas protestas de humildad, argumentando que se trata de “bendiciones económicas” (posesiones terrenales, viajes) por parte de Dios, que hacen más caso a las añadiduras, que a la verdadera bendición, que es lugar que el Señor nos tiene preparado en su mesa.

Dice Jesús:
“... La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba, dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes: y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años: repósate, come, bebe, regocíjate.

Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios...” (Lucas 12: 16/21)

Las añadiduras... los panes y los peces...

La verdadera prosperidad es la prosperidad espiritual y afectiva.

Si el anatema está en tu corazón, no hay prosperidad posible.

Si el anatema está en tu casa, no hay prosperidad posible.

Si el anatema está en tu ministerio... ¡No hay prosperidad posible!

Si estás emotivamente solo, porque tu vida privada es un caos, a pesar del brillo exterior... y no tienes fuerza o talento para resolver la situación. Si eres inestable emotivamente. Si la única salida a tu soledad, esencial soledad, es recorrer los foros de la Internet para ver qué pasa, mintiendo sobre tu verdadera condición espiritual. Si no tienes sanidad física, espiritual y afectiva, aún te queda por recorrer un largo trecho en términos de prosperidad. No importa la imagen que des a los demás No importa la índole de tu discurso. DIOS NO PUEDE SER BURLADO.

Procede al arrepentimiento... Deja ya la vestidura del fariseo, y revístete del “hombre nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:10)

Dice Jesús: “...Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Porque no hay nada encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá: y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas...” Lucas 12:1/3

No tanto “metanoia” o “cambio de actitud”....

Más bien “metameletheis” o “cambio del objeto de interés”...

Los habitantes de Halifax saludaban alborozados los "fuegos artificiales", que no eran sino el anuncio de la catástrofe por venir... debieron interpretar mejor las señales... de donde venían, cuál era su origen... y qué significaban...

El atardecer de ese fatídico 6 de diciembre de 1917, un hombre andrajoso, cubierto de polvo y sangre, vagaba entre las ruinas de Halifax mirando con ojos alucinados el paisaje de destrucción que se extendía hasta donde daba la vista... Era el pastor que en las vísperas había interpretado a la guerra como una causa divina... Pero que ahora repetía con voz quebrada: “Dios nos ha abandonado”...

¿Quién abandonó a quién?

Palabra dada. Palabra recibida.
Un sincero abrazo de vuestro hermano que os ama.
Mario.